A veces la he odiado y otras veces la he amado profundamente.
Foco de satisfacción y sufrimiento.
Una gran maestra, espejo en el que observarme y motor de auto descubrimiento.
Así podría resumir en unas frases cual ha sido mi relación con la comida durante mi vida.
No tengo claro en que momento dejo de ser un estímulo más a los que era sometido de niño para convertirse en la herramienta que aprendí a utilizar para curarme las penas, para sofocar el dolor que sentí en un momento de mi vida cuando me creí carente de amor.
No recuerdo el instante en el que abrí la nevera y decidí que comer me ayudaría a aliviar el sufrimiento.
Fue en la adolescencia, esa etapa en la que estamos sometidos a tantos cambios, en la que no entendemos nada y la vida comienza a dejar de ser un juego divertido.
Maldito el día en el que dejamos de jugar y divertirnos.
En mi casa la comida había sido siempre un asunto de importancia.
Mi madre, mi abuela y mi bisabuela fueron y son grandes cocineras.
Y claro, la cocina y la comida eran tratadas con veneración.
En mi casa nunca fueron de decir mucho “te quiero” mas bien eran de cocinar cosas deliciosas y ponerlas en la mesa, era su forma de expresar cariño.
Así que en esos momentos en los que uno se abre al amor, con 13 o 14 años y no encuentra nada, aparentemente. Cuando uno espera su turno en la fila donde se despachan amoríos y no hay nada para el, aparentemente. Comencé a recurrir al único amor que había conocido hasta ese momento. La comida.
Cuanto menos amor creía recibir, más amor en forma de bocados a la barra de salchichón me regalaba.
He usado las palabras “aparentemente” y “creía” a propósito, ya que el amor está y aparece de muchas maneras distintas, pero claro, díselo tu a un chaval que busca entusiasmado su primer beso, su primera caricia, su primer te quiero.
A partir de ese momento y después de unas cuantas calabazas amorosas mi vida se convirtió en un bucle de comer, engordar y protegerme.
A más kilos, más protección.
A más protección, menos amor.
A menos amor, más comida.
Un año tras otro acumulando peso, perdiendo salud y viendo como la vida se escurría entre mis dedos.
Hasta que un día, me cansé.
Comencé a cambiar.
No fue fácil.
Ni rápido.
Ni de la noche a la mañana.
Estas cosas no son lineales.
Hubo altibajos.
Tuve que entender muchas cosas.
Besar muchas de mis heridas.
Aun sigo.
Es un camino largo.
Pero una cosa tengo clara.
No sería la persona que soy hoy, sin mi relación de amor y desamor con la comida.
Así que no borraría nada.
Me quedo con cada bocado que le di a esa barra de salchichón.